Identificar el camino para maximizar el ajuste entre las necesidades del mercado y tu propuesta personal (de producto o de servicio) es lo que se conoce como “ventana estratégica” en el mundo económico-empresarial.Los chicos de “Podemos” y en particular su núcleo duro – formado por un grupo de profesores de ciencias sociales de la universidad Complutense – han convertido sus debates de seminario académico en una oferta ajustada a la demanda de una mayoría de ciudadanos del Estado Español, cansados del desgobierno de los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE). El mensaje implícito es “regeneracionismo” y el código que actúa como vector principal es “acabar con la casta”.El formato narrativo ha contado además con un agente principal que, a modo de mesías, ha saltado del anonimato al fervor de las multitudes. Pablo Manuel Iglesias goza de buen envase y de palabra fácil (y también hueca), que los medios de comunicación han utilizado para ganar audiencia e incrementar ingresos publicitarios. El señor Iglesias tiene mayor encanto que la señora Rosa Díez y que el señor Alberto Rivera, que le precedieron con un mensaje parecido. Si no se dedicara a la política, el señor Iglesias sería profesor universitario (como fue en su vida anterior), en tanto que a la señora Díez la imagino poniendo mechas en una peluquería, y al señor Rivera sigo situándolo en la cola de un casting para modelo de ropa casual. En el fondo, ésta es la principal diferencia.
El señor Iglesias vende un producto anticapitalista, que el mercado está ansioso por comprar, y utiliza un eje maniqueo (los buenos y los malos) que resulta muy efectivo, sobre todo si tú te identificas con los “buenos”.
Su problema es que al prodigarse tanto, no tiene tiempo para reflexionar, lo que le conduce a una retórica demagógica en la que afloran muchas contradicciones. Veamos un pequeño rosario.
• El señor Iglesias – y su marca “Podemos” – está a favor del “derecho a decidir” de los catalanes, como está a favor del “derecho a decidir” de cualquier cosa (¡menuda estupidez!).
• El señor Iglesias no abrazaría al señor Rajoy, ni tampoco al señor Más (colocando en la misma olla a un neofranquista convencido y a un líder democrático que ha tenido el coraje de reclamar el derecho del pueblo que representa a independizarse, aún a riesgo de acabar procesado y condenado por el aparato represor del Estado).
• El señor Iglesias habla de condonar la deuda, pero no concreta el cómo, ni a que tipo de deuda se refiere (si a la pública o a la privada). ¿No sabe además el señor Iglesias que ambas deudas están entrelazadas?.
• El señor Iglesias reprocha a Convergència & Unió que reclame una consulta sobre la independencia y no sobre la jefatura del Estado (está mezclando churras con merinas, pues las consultas citadas pertenecen a categorías analíticas distintas).
• El señor Iglesias ha insistido en priorizar el debate “social”, poniendo el acento en los “recortes”, sin comprender que la variable independiente es el Déficit Fiscal que padece Catalunya y que éste impide al gobierno de la Generalitat desarrollar políticas propias que cubran las necesidades de la población.
• El señor Iglesias utiliza el ritornelo del “dinero de Suiza y Andorra”, que es un recurso muy sobado de quien no tiene otra cosa que decir.
• El señor Iglesias piensa que cambiando un poco la Constitución las aguas volverán a su cauce, bajo el socorrido principio de que “es menester que todo cambie para que todo siga igual”.
El señor Iglesias tiene un look antiguo, que recuerda al señor González, cuando vestía traje de pana y no asesoraba al señor Slim; aquel señor González al que sus entusiastas admiradoras coreaban: “Felipe, capullo, quiero un hijo tuyo”.
El señor Iglesias tiene barra libre porque no deja de ser un funcionario rebelde del Estado, que acabará siendo metabolizado por el Sistema. Un signo adelantado de ese proceso de metabolización es su solapado ataque al independentismo catalán, sea éste de derechas o de izquierdas. El señor Iglesias todavía no es “casta”, pero lo más probable es que acabe siendo parte de ella.
El señor Iglesias “promete no prometer”, lo que le conduce a la lógica paradójica. El señor Iglesias es un bluff: vino viejo en odres nuevos.