Indignados
19.06.2014
Jesús Civera El solar patrio valenciano se cubrió ayer con un manto de indignación. Siempre hay alguien, o algo, que despierta los instintos latentes, o que sirve de coartada para que adquieran un áura de apariencia. El número dos de Montoro desembarcó en Valencia y buceó en las profundidades de la herida «anti Madrid». Uno cree que desde aquel número posmoderno e irreverente de Ajoblanco en el que se fabulaba sobre falleras mecánicas, travestidas y biológicas no se concitaba una alianza de las fuerzas valencianas y valencianistas contra un adversario exógeno y común. Esta vez el anatema está fuera del quiosco, gracias a Dios, y lleva barba: se llama Beteta. Se podría descontar, tal vez, en ese catálogo de unanimidades, el episodio de Mijatovic, cuando se exilió en el Real Madrid. Mijatovic sintetizó en sus carnes una traslación histórica del eje Barcelona/Madrid: desde entonces, las invectivas, aversiones y rencores ascienden mayoritariamente por Motilla del Palancar hacia la meseta en lugar de viajar cruzando el Ebro como era habitual desde la Transición. Antonio Beteta, en su inopia, ha reemplazado a Mijatovic, y sobre su efigie se acumulan ahora las fuerzas en tensión de las jerarquías valencianas para lanzarle huevos al Gobierno. Madrid trata a Valencia con la misma torpeza que a Barcelona. Allá impugnaron en los tribunales el estatuto aprobado por el Parlament y gran parte de los problemas del encaje catalán provienen de ahí. Y aquí han jugado al dominó con el Consell con fichas manejadas desde la Puerta del Sol como si quisieran rehabilitar el trato del imperio romano sobre sus provincias. Algún día la presión tenía que estallar, aunque haya reventado en un carnaval inútil. El motín de hoy es, en gran medida, figurado, porque todo el mundo sabe, a estas alturas, que Barberá no es el Palleter y que a Fabra le viene justito rememorar a Vinatea. Cada cosa en su sitio. Y sin embargo, no habría que despreciar esos gestos de subversión doméstica tras el desafío idiota del Gobierno. Esa sublevación atolondrada sólo quiere decir dos cosas. Que el hartazgo con la imposición económica ya es volcánico y que las autonómicas están cerca. Si el PP contestara a la soberbia con el silencio significaría que desdeña los comicios de mayo. Y que se da por rendido. La amonestación de los empresarios y las críticas de la oposición en el brindis patriótico alimentan la idea de que el motín quizás no sea fugaz.
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