LAS FALSARIAS
20/04/2021
Por si no teníamos suficiente con las “performances” de la abeja Maya, travestida en la ingeniosa señora Colau y su fábrica de inventos inútiles, ahora hemos de soportar las continuas intervenciones de la señora Jéssica Albiach -cuyo nombre de pila no puedo evitar asociar a una telenovela venezolana- que parece dispuesta a apropiarse del patrimonio de la izquierda.
Tras las elecciones autonómicas y con sus ocho escaños en la mano, la señora Albiach anunció que llamaría de forma inmediata al candidato del PSC (señor Illa) y al de ERC (señor Aragonés) para emplazarles a negociar. Muy ufana y en pleno éxtasis declaró: “El govern de izquierdas es posible. Es más, diría que es imparable”.
La cuestión de fondo es tratar de comprender que entiende esta señora por “la izquierda”. No vamos aquí a recordarle el origen circunstancial del tal etiqueta, pues imaginamos lo conoce sobradamente. Lo que sí sería bueno es que actualizara sus conocimientos y abandonara los esquematismos que la “izquierda institucional” utiliza como coartada para vender un proyecto progresista vacío de contenido. El caso más citado, que seguramente algún profesor le habrá contado en su efímero paso por las aulas universitarias, es el del PRI, partido político mexicano que fue hegemónico en gran parte del siglo XX y que fue evolucionando y ajustando su ideología a la conveniencia de sus cuadros, desde una izquierda maximalista a una derecha neoliberal, para acabar en un “centro derecha-centro izquierda”, que es donde acaban todos los proyectos fracasados. El problema del PRI es que había “institucionalizado” la revolución, extraño fenómeno perteneciente a la lógica paradójica.
En el Estado español el PSOE, como partido dinástico, sería un ejemplo de esa izquierda institucionalizada cuya praxis política no tiene nada que ver con su teoría ideológica. No es mejor ni peor que el Partido Popular, con el que compite para repartirse el poder y la corrupción que éste lleva aparejada.
Será por ello que los anglosajones han abandonado la semántica posicional (derecha e izquierda) y llevan años manejando unas variables más expresivas: conservadores y progresistas. No hace falta decir que el conservador es el que tiende a conservar y que para hacerlo ha de tener algo que defender. Que este algo sea fruto de su trabajo, de su esfuerzo, de sus capacidades o simplemente heredado, es otro aspecto de la realidad.
El modelo ideal del conservador pone el énfasis en el individuo frente a la colectividad. Cree que se ha de fomentar la responsabilidad personal y no dejarla en manos del gobierno, que acaba limitando las libertades. Es también por ello que defiende en términos económicos el libre mercado y está en contra de las regulaciones estatales. De esto se deriva una baja tasa impositiva (fiscalidad) y una reducción del peso de lo público en favor de lo privado. La ley y el orden han de quedar asegurados. La religión, cualquier religión, sirve para legitimar el proyecto.
El modelo ideal del progresista predica justamente lo contrario. Cree en el papel del Estado como agente regulador que asegure la igualdad de oportunidades, proteja las libertades civiles y defienda los derechos humanos. En definitiva, que es el Estado quien debe resolver los problemas de la gente. En términos económicos cree en una economía mixta, donde el libre mercado vaya acompañado por el control público de sectores estratégicos. Está a favor de una tasa impositiva progresiva, de forma que pague más quien más ingresa (renta) y más tiene (patrimonio). Piensa que la religión, cualquier religión, pertenece a la esfera privada y no debe ser subvencionada por el contribuyente.
Claro que estos son “modelos ideales”, que raramente se cumplen. En la práctica y en la sociedad liberal-conservadora (que es la que priva en las sociedades capitalistas), hay una tendencia a mezclarse ambos modelos, que acaban vendiendo una mercancía similar en la que las diferencias son de matiz.
Si tomamos la democracia más genuina de todas (la británica) vemos que su revolución (1688) aunó los intereses de conservadores (tories) y liberales (whigs) para reducir el poder de la corona y someterla al control del parlamento. Este acto menos conocido pero más revolucionario que el que sus pares franceses organizaron en 1789 (y del que se nutre buena parte del pensamiento de “izquierdas”), marcó ideológicamente el territorio y creó una plataforma de intereses comunes. Luego los “whigs” fueron sustituidos por los “labours”, pero en sustancia nada cambió. Todo lo contrario les sucedió a los revolucionarios franceses, que sufrieron una contrarrevolución, que ha ido repitiéndose cada vez que alguien ha querido romper el modelo. Será por ello que en Gran Bretaña todos son “progresistas”, aunque con matices: conservadores progresistas, liberales progresistas y “nuevos” laboristas progresistas. Y es que ser progresista es “cool” y nadie quiere sentirse expulsado de la tribu. Hay que ser muy prudente con los códigos.
El concepto de “progreso” es muy antiguo, aunque para situarlo podemos ceñirnos al papel del humanismo renacentista y al aporte científico de la Ilustración que liquidaron el teocentrismo medieval, pensamiento que consideraba que el progreso no tenía sentido, pues tras la caída en el jardín del Edén el hombre no podía esperar más que lo que la divinidad le concediera.
El progreso es mejora, el progreso es crecimiento, el progreso es libertad. El progreso es de todos y no es patrimonio de nadie. Kant, Hegel y Marx, entre otros, lo explicaron profundamente.
Pero como la señora Albiach propone opciones de un gobierno “de izquierdas” para Catalunya como región (y no como un Estado libre e independiente), conviene aclararle ciertos conceptos básicos:
- La izquierda, tal como ella la imagina, no existe. Es una entelequia.
- El señor Illa es un militante del PSOE.
- El PSOE ratificó entusiásticamente la aplicación del artículo 155 de la constitución, para liquidar un gobierno de la Generalitat elegido democráticamente.
- El PSOE es un partido de centro derecha, con abundantes tintes reaccionarios.
- Reaccionario viene de “reacción”, que es la respuesta del sistema a cualquier movimiento de ruptura.
- El independentismo catalán es un movimiento de ruptura del statu quo. No es que pretenda romper España (un mantra ridículo) sino que quiere romper el modelo perverso de la “transición-transacción” española.
- Los de Catalunya en Comú-Podem gobiernan en coalición con el PSOE a nivel del Estado.
- Els Comuns son herederos de ese modelo, que transigió con la versión fascista del dictador Franco (“todo atado y bien atado”) y con la versión más civilizada del príncipe de Lampedusa (“es menester que todo cambie, para que todo siga igual”).
- Buena muestra de su estilo depredador es la manera en que pactaron con la derecha cursi del afrancesado señor Valls para conseguir la alcaldía de Barcelona.
La señora Albiach (doña Jéssica) ha de hacer un reset antes de volver a abrir la boca. Le ayudará conocer aquel pasaje de “Alice in Wonderland” en el que Humpty Dumpty dialoga con Alicia en estos términos: “Cuando yo uso una palabra, significa justamente lo que yo decido que signifique, ni más ni menos”. “La cuestión es” -responde Alicia- “si uno puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”. “La cuestión es – remata Humpty Dumpty – “que yo soy el que manda. Eso es todo”.
La señora Albiach no es Humpty Dumpty, al menos por ahora. No puede usar las palabras a su conveniencia y darles el significado que le dé la gana. No lo puede ni lo debe hacer, aunque sea por respeto a la gente de izquierdas (de izquierdas de verdad) que lucharon por la libertad en los años de plomo del franquismo.