RAFAEL GUASTAVINO, L’ARQUITECTE VALENCIÀ QUE VA REVOLUCIONAR NY

Rafael Guastavino, el arquitecto valenciano que revolucionó NY

VICENT MOLINS. 25/10/2014 Así fue la vida (y las bóvedas) de una de las personalidades más ilustres y a la vez desconocidas que ha dado nunca Valencia
Guastavino observa las obras de la biblioteca de Boston.

VALENCIA. Berta de Miguel lleva tres años en Nueva York. Es arquitecta, formado en la Politécnica de Valencia, e inspecciona fachadas de rascacielos en rapel. Una trepadora del skyline. Cuando de un edificio talludo caen cascotes o se percibe alguna anomalía, sube a sus paredes y, a petición del ayuntamiento, evalúa los riesgos.

Berta, cuando desciende, suele participar en jornadas en torno a la figura de Rafael Guastavino, un valenciano apenas reconocido en Valencia y de uso común en los relatos arquitectónicos del Nueva York de hoy, en el que otro paisano, Calatrava, va a reconstruir la iglesia ortodoxa de la ‘zona cero’ mientras su estación, el Calatrava-saurio, colecciona burlas.

“Me impresiona la cantidad de edificios que construyó y la calidad de los mismos. Es significativo que muchas de las construcciones protegidas en Estados Unidos contengan Guastavino. Pero, sobre todo, cuando se conoce, lo que más me sorprende es que no sea más conocido“, apunta Berta.

En Broadway trabaja Gabriel Pardo, un ingeniero formado también en la Universidad Politécnica de Valencia e igualmente llegado a Nueva York en 2011. Junto a Berta de Miguel escribió La Historia de Rafael Guastavino. A las cinco de la madrugada, hora local, responde: “la primera vez que escuché sobre él no salía de mi asombro, no entendía cómo es prácticamente desconocido en España. Cuando me vine aquí me di cuenta que es un personaje histórico que marcó un estilo en la arquitectura estadounidense”, explica con pasión Pardo.

Y luego está su personalidad. “Guastavino llegó a Estados Unidos con su hijo pequeño, y con una idea en la cabeza: introducir el sistema de bóvedas que había utilizado en España. Se arruinó varias veces, no conocía el idioma, tenía que cuidar de su hijo, las faldas le perdieron en más de una ocasión… Pero nada le pudo parar hasta que vio cumplido su sueño. Lo definiría como un emprendedor bohemio, tenía las ideas claras y su motivación no era el dinero”, agrega Gabriel.

Desde Madrid atiende Eva Vizcarra, de la valenciana Endora Producciones. Anda inmersa en el rodaje de un largometraje documental sobre Guastavino, quizá la obra más ambiciosa con el objetivo de que la tierra de origen del arquitecto conozca quién fue este tipo. “Qué poder de seducción tenía. Era un hombre que tomaba riesgos en su vida y en su obra. Es alucinante lo que lo admiran en Estados Unidos“, repasa Vizcarra.

El documental, con ayuda del ICAA y con previsión de ser estrenado en salas de cine, cuenta con un equipo íntegramente valenciano. Nació cuando, después de producir durante más de 80 capítulos el programa de Punt Dos La Finestra Indiscreta, quedó una deuda pendiente con la figura cíclope de Guastavino. “Carmesina Franch y Ernest Sorrentino habían hecho una investigación sobre él, y me la ofrecieron. Lo vi claro. Rodaremos en Valencia, en Villarreal, en Barcelona, en Boston y Nueva York”.

¿Pero y quién demonios es este valenciano, apartado de la memoria de la ciudad, y que sin embargoacabando el siglo XIX aupó más de mil edificios al otro lado del Atlántico, impuso y patentó su bóveda ignífuga, heredada de sus antepasados, como mejor sostén para unos años en plena psicosis tras el gran incendio de Chicago, y cambió los métodos constructivos del Nueva York previo al acero?. ¿Quién es el hombre detrás de una participación decisiva en el Banco de la Reserva Federal, la estación Grand Central, la Columbia University, la catedral de St John the Divine, la estación City Hall, el salón de entrada de inmigrantes de Ellis Island, la Biblioteca Pública de Boston y un largo etcétera?. ¿Quién es este Guastavino infiel que huyó de España con su amante y empezó construyendo edificios y quemándolos ante la prensa para demostrar su resistencia al fuego?

Un excelente arquitecto, constructor, seductor de clientes (y mujeres), manirroto, músico, enólogo…“, resume a trazos Fernando Vegas, tal vez el mayor experto guastaviniano. “Era apasionado, un visionario, no un gran hombre de negocios (se arruinó varias veces), pero sí un muy buen arquitecto y mejor constructor. Un valiente”, certifica Berta de Miguel.

Guastavino Moreno nació en 1842 en Valencia, hijo de un carpintero ebanista (Rafael Guastavino Buch) y de su mujer Pasquala Moreno, que tendrían 14 hijos, aunque la mitad murieron siendo niños. El pequeño Guastavino vivía en una manzana destruida de la Plaza de la Reina. “Quiero grabar El Grand Central Oyster Bar, su obra más famosa.en la calle Tapinería para recrear sus primeros años en la ciudad”, aporta Eva Vizcarra.

Iba a la escuela en la calle Ancha de la Platería, al lado de casa, “en una de las denominadas escoletes anónimas repartidas por el centro histórico que ofrecían enseñanza a los niños de cada barrio”, como firman Fernando Vegas y Camilla Mileto. Un chico criado a las faldas de la Valencia más fetén y que sin embargo nunca legaría ninguna obra a su propia ciudad, aunque son persistentes los rumores sobre la autoría de la fachada de la casa de su padre, en la calle Verónicas 9, junto a Tapinería.

Con 17 años, en 1859, le cambiaría la vida. Se marchó a Barcelona a casa de sus tíos Ramón (un empresario textil de éxito) y María, que, sin descendencia, acababan de adoptar a una niña del Orfanato del Hospital de Santa Creu (María Francisca Buenaventura). Ese mismo año Guastavino la dejó embarazada y para acallar comentarios terminaron casándose en la iglesia parroquial de Sant Jaume.

Desde entonces comenzaría a trabajar como autor de numerosas obras en Barcelona, aunque muchas de ellas no las firmó porque todavía no era arquitecto titulado. Gracias al renombre de su tío, conectó con la burguesía catalana, para la que trabajaba en los tiempos previos a Gaudí. Su matrimonio, toda una fallida, hizo insostenible su vida en la ciudad.

Contrató a su amante Paulina Roig como niñera de uno de sus hijos, Rafael, el único que le terminaría acompañando en su aventura transatlántica. Entre tanto su tío había muerto, los encargos menguaban, y Guastavino vivía en una espiral de decadencia que le hizo optar por la fuga. Tras emitir letras fraudulentas y apropiarse de todo el dinero que pudo amasar, se marchó junto a su hijo y Paulina a Estados Unidos. Llegó a Nueva York el 26 de febrero de 1881. Su mujer María Francisca y sus otros hijos viajaron a Argentina. Nunca más se volverían a ver.

Cómo un tipo desconocido por completo, sin gran fama en su propio país, consigue virar a su favor la construcción estadounidense, es uno de los puntos de arranque más jugosos de la historia de Guastavino. “Llega con 40 años y sin saber inglés convence a arquitectos del nivel de McKim, Mead & White para incluir bóvedas en sus edificios. Adapta una técnica centenaria a las necesidades de una nación creciente vendiéndola como una solución contra el fuego. Patenta el sistema, con lo que sólo él podía construirla. En las siguientes cuatro décadas entre su hijo y él participan en más de mil edificios”, desgrana Berta de Miguel.

La biblioteca de Boston, una de las grandes construcciones de Guastavino.

La bóveda, fue la bóveda.

En pleno trance en el que el fuego azuzaba el miedo entre los habitantes estadounidenses (el gran incendio de Chicago había disparado las precauciones constructivas), Guastavino, un vendedor con aromas de comerciante mediterráneo, se supo con el arma necesaria para ponerse Nueva York a su favor. Tenía una técnica infalible: la bóveda tabicada.

Le faltaba darla a conocer. Tras obras de poco calado, prolongando su irrelevancia, decidió no resignarse. Y dio un golpe de efecto. Construyó edificios expresamente para quemarlos. “Una vez estaban acabados”,  narra Eva Vizcarra, “les prendía fuego y llamaba a la prensa. ¿Hay algo más fallero? Quería demostrar que eran resistentes al fuego”. Después de convencer a McKim, Mead & White se le abrieron las puertas del cielo. Fundó la Guastavino Fireproof Construction Company y ya no dejaría de construir. Había nacido un imperio.

¿Pero por qué era tan trascendente su bóveda, dónde residía su importancia?

Berta de Miguel: Su técnica fue tan exitosa porque eran una alternativa resistente al fuego frente a los esqueletos metálicos. Y además la belleza de las bóvedas cautivó a los arquitectos desde el punto de vista estético. Y no era caro. Guastavino en muchos proyectos perdió dinero porque prefería construir y perder, que no construir. Su hijo, que después se especializo en acústica, explotando un nuevo campo para iglesias y auditorios, era mejor gestor.

Gabriel Pardo: Lo más impresionante de este sistema de bóveda es que se construyen sin ningún tipo de encofrado, los ladrillos se van “pegando” con yeso al ladrillo inferior. Eran ligeras, resistentes, con un excelente comportamiento ante el fuego. Supo adaptar un sistema tradicional a las construcciones más modernas. El ejemplo más salvaje es la cúpula de St. John the Divine en Nueva York, construida sin ningún tipo de soporte. Cada anillo de ladrillos se aguantaba en el anillo inferior creando una cúpula de 40 metros de diámetro (como un edificio de trece plantas) y tan sólo con un espesor de entre 7 y 19 centímetros.

Más de cien años después siguen siendo paradigma de resistencia. El origen e inspiración de las bóvedas de Guastavino ofrece un requiebro más en la historia. “Aprendió la técnica de la bóveda tabicada observando las obras de su tatarabuelo y probablemente en Valencia a través de familiares maternos que habían heredado el oficio de maestro de obras. Era una técnica que no estaba tan extendida y que él mejoró haciendo importar cementos Portland desde Inglaterra. Quizá fue el primer arquitecto español en usar cemento”, describe Fernando Vegas. “Las iglesias que construye posteriormente en Manhattan son una traslación de las iglesias que construía su tatarabuelo en Castellón y Teruel”.

Su tatarabuelo no es otro que José Nadal, autor con la técnica de la bóveda tabicada de la iglesia de San Jaime en Villarreal (la iglesia no catedral más grande de España). Al igual que varias generaciones después lo sería Guastavino, Nadal fue consumado experto en aprovechar las circunstancias para imponer sus soluciones: con el uso de la bóveda evitaba la utilización de madera en un momento donde apenas podía usarse por su escasez y porque la Corona Real la requisaba para construir barcos.

El Auditorio Baird del Museo de Historia Natural de Washington.

Guastavino, un enamorado de las cúpulas de las Escuelas Pías de Valencia y de la Basílica de los Desamparados, “siempre la ponía al mismo nivel, de tú a tú, con la cúpula de San Pedro o de Santa María del Fiore en Florencia”, recuerda Vegas, construyó sus innumerables cúpulas como nacidas de la nada, usando la incombustible tierra cocida, en Nueva York en el Grand Central Terminal, el Carnegie Hall, el Museo Americano de Historia Natural, en Central Park Oeste, la catedral de Saint John the Divine, la iglesia de Saint Bartholomew, en la Quinta Avenida, el ayuntamiento, el Hospital Monte Sinaí, o en la estación de City Hall; el Museo Nacional de Historia Natural de Washington DC; la Biblioteca Pública de Boston…

Que las levantara todas ellas inspirado en el trabajo de su tatarabuelo en territorio valenciano y aragonés no sólo no es una idea descabellada, sino una evidencia completa que el propio Guastavino reconocía en un artículo que fue publicado en 1901.

El furor por el constructor parido en una casa esquinada de la Plaza de la Reina, ha prendido en España a través del reconocimiento, intenso en los últimos años, proveniente de Estados Unidos. La exposición Palacios para el Pueblo: Guastavino y los grandes espacios Públicos de Estados Unidos recorre el país tras pasar por Boston, Washington y Nueva York. Mientras, este fin de semana el festival de arquitectura de Barcelona 48 Open House reivindica su legado catalán.

Hace cinco años la exposición Guastavino Co. La reinvención del espacio público en New York, emplazada en el Centre del Carmen, sirvió de primer altavoz para recordarle en su ciudad de origen, donde una calle insignificante (calle Arquitecto Guastavino) perdida tras el paseo de Neptuno, a puertas del mar, sirve de homenaje público.

En la última parte de su vida se trasladó a Asheville, en Carolina del Norte. Se construyó una casa de madera (sin bóveda, porque la madera abundaba). Y allí, recuerda Fernando Vegas, agasajaba a sus amigos cocinándoles paellas y escanciando vino que él mismo producía.

El sacerdote de la localidad accedió a casarlo en segundas nupcias con su amante mexicana después de conocer la muerte en Argentina de su mujer (la hija adoptiva de sus tíos, a la que no veía desde hacía años). Como agradecimiento, Guastavino le regaló al cura el diseño y construcción de una iglesia con una planta a imagen y semejanza de la Basílica de los Desamparados de Valencia. Es allí donde yace su cuerpo. Ahora, tras décadas de desconocimiento, revive como una llama espontánea.

Guastavino está enterrado en la cripta de la Basílica de San Lorenzo, Asheville, que diseñó en 1905.

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