El pasado 8 de octubre, la víspera del Día de la Comunitat, Alberto Fabra, junto a todo su Consell y a los principales cargos institucionales y de su partido, acudieron al Real Monasterio de Santa María del Puig con motivo del acto institucional de conmemoración del 775 aniversario del origen del Reino de Valencia. Una cita que en anteriores ocasiones había tenido una visibilidad política e institucional relativa -eclipsada por el protagonismo que asumía el 9 d’Octubre- y a la que en esta ocasión se le quiso dar la máxima significación. En su intervención, el presidente del Gobierno valenciano reivindicó la identidad propia como nacionalidad histórica de esta Comunitat, y mostró su rechazo frente a «quimeras, rupturas y chantajes», en obvia alusión al proceso independentista catalán.
Un día después, el jefe del Consell abundó en su tesis con motivo del discurso institucional del Día de la Comunitat, al recordar que los valencianos son españoles «con vocación autonómica y tradición constitucional» y se sienten orgullosos de pertenecer a un país «moderno, libre y desarrollado». Unos momentos antes, el presidente de Lo Rat Penat, Enric Esteve, había recibido en el Salón de Cortes del Palau de la Generalitat la Alta Distinción que concede el Consell. La decana de las entidades culturales valencianistas recibía un galardón después de 135 años de historia y de haberse referenciado en la defensa de la lengua, la cultura y las señas de identidad valencianas, frente a los sectores que avalan ya no la unidad lingüística sino también la convergencia cultural e incluso política de la Comunitat Valenciana con Cataluña.
Las anteriores no son decisiones anecdóticas. Ni es casual tampoco que la encuesta publicada el pasado miércoles por el diario El País situara al PP valenciano con un porcentaje de voto que roza el 34%, frente al que superó el 49% en las elecciones autonómicas de 2011. De esos quince puntos de diferencia, aproximadamente un tercio puede explicarse con el crecimiento de UPyD. E incluso algún punto más corresponderá a cierto trasvase razonable de votos entre el PP y el PSPV. Pero la parte principal de esa caída, tal y como se reconoce desde la presidencia del PP valenciano, se ha ido a la abstención. Un buen número de votantes de la formación popular parece haber perdido las razones que en anteriores citas electorales les llevaron a votar a esa formación política. Lo ocurrido en los últimos doce meses, con un partido acorralado por las investigaciones judiciales que afectan a algunos de sus principales cargos y con un horizonte económico marcado por la quiebra financiera -sólo evitada gracias al oxígeno financiero del Ejecutivo central- y por el crecimiento del desempleo, han terminado de situar a los populares de la Comunitat a unos niveles de apoyo desconocidos desde hace casi veinte años. Un suelo electoral alto, indiscutiblemente, pero que de no modificarse certificaría el paso del PP valenciano a la oposición.
Con la abstención como principal contrincante, la calle Quart asume que recuperar a los votantes del PP se ha convertido en el principal objetivo de la formación que lidera Alberto Fabra. «Perdemos votos porque se han ido a otros partidos, pero sobre todo, porque parte de nuestros votantes se quedan en casa».
Desempolvar discurso
Volver a movilizar al electorado popular se ha convertido en el principal, por no decir único, objetivo de los populares valencianos de cara a los comicios municipales y autonómicos de 2015. Y uno de los factores que históricamente se ha demostrado como determinante a la hora de activar al votante popular es el relacionado con las señas de identidad. «Ningún otro partido más que el PPCV defiende el valencianismo político», se proclama desde la dirección regional. El discurso comienza a volver a convertirse en cantinela, después de que permaneciera oculto en un cajón desde las últimas elecciones. En esta ocasión, la necesidad vuelve a hacer imprescindible accionar la tecla identitaria.
Con todo, en esta ocasión existen argumentos que hacen que el terreno esté más abonado para hacer bandera con este debate. La deriva independentista en Cataluña se ha convertido en aliado ideal para la defensa del valencianismo político. «Se puede hacer valencianismo siempre, pero es mucho más fácil hacerlo contra un enemigo», se reconoce. En esta ocasión, como en todas las ocasiones, ese adversario es Cataluña. Aunque con el matiz de que en esta ocasión sí que ha crecido en esa autonomía un movimiento social estimable, capitalizado por ERC, que ha hecho del ‘dret a decidir’ y del proceso soberanista una bandera que no están dispuestos a dejar caer. Que los impulsores de la cadena humana decidieran hacerla llegar hasta la Comunitat, y que incluso desempolvaran a personajes como Josep Lluis Carod-Rovira, pudo ser un gesto que contribuyera a acercar el proceso independentista a la Comunitat. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que ayudó a que el PP valenciano viera más cercano y más diáfano que nunca ese antagonista contra el que defender ‘lo propio’. Que la mujer de Enric Morera participara en primera persona en esa movilización no sólo arruinó esa expresión de formación política moderada que el líder de Compromís trata de imprimir a su formación. También ayudó a elevar la temperatura de quienes consideran que una formación política como ésta, en el caso de formar parte de una coalición de Gobierno que dirigiera la Generalitat, haría del debate identitario y de la reapertura de batallas lingüísticas ya cerradas poco menos que su quehacer diario.
Porque ese es el otro terreno en el que el valencianismo del PP valenciano encuentra terreno abonado para su consolidación. José Císcar admitió este viernes que la gran preocupación del sondeo conocido esta semana no era tanto el resultado como la confirmación de que la única alternativa al PP es un tripartito. La obviedad de la reflexión no oculta un mensaje que los populares ya han convertido en cantinela, y que podría denominarse como el del miedo al tripartito. Y en ese discurso, la defensa del valencianismo también encuentra terreno abonado para el crecimiento.
El 9 d’Octubre el portavoz de Compromís en el Ayuntamiento de Valencia, Joan Ribó, desfiló por la mañana junto a la Real Senyera, llevando además una de las borlas -unos días antes, incluso había solicitado ser el portador de la bandera-. Por la tarde, el concejal acudió a la marcha convocada por la Comissió 9 d’Octubre detrás de una cuatribarrada. Y la confusión que supone una y otra circunstancia resulta complicada de aclarar.
Diferencias de criterio
Hechos como éste, protagonizado por el portavoz municipal de Compromís y también por otros cargos de esa formación, facilitan la labor de los populares valencianos. El esfuerzo de Ximo Puig y otros dirigentes del PSPV por alejar a su partido de discusiones identitarias -asumido por una vez que en ese terreno el sentir mayoritario valenciano admite pocas discusiones- puede echarse por tierra si la idea del tripartido cala entre el electorado y la beligerancia en cuestiones lingüísticas y de símbolos de Compromís y EU acaba salpicando también al PSPV.
Que el PP valenciano pueda aprovechar en beneficio propio tanto el debate independentista catalán como la disparidad de criterios existente en ese eventual tripartito en relación con el discurso identitario son claves a tener en cuenta que justifican esa recuperación del valencianismo político como eje del discurso de los populares de la Comunitat. Pero no las únicas. Alberto Fabra se ha visto obligado a dejar en el congelador discursos y propuestas que, durante su etapa como alcalde de Castellón, ocuparon un espacio propio y que incluso le hicieron ser considerado en su día, desde el Palau de la Generalitat, poco menos que como un elemento peligroso. Desde su Ayuntamiento, Fabra fue uno de los contadísimos barones populares que se pronunció a favor de que las emisiones de la televisión pública catalana pudieran seguirse en el territorio de la Comunitat.
Quizá por ello, el acuerdo para la reciprocidad de RTVV y TV3 avanzó en su día de forma indiscutible, hasta el punto de llegar a la formalización de un documento que debía ser suscrito por uno y otro gobierno autonómico -y que hasta incluía un compromiso por parte del Ejecutivo catalán de no utilizar términos, a la hora de hacer referencia a la Comunitat Valenciana, que no estuvieran reconocidos por el Estatuto de Autonomía-. Y sin embargo, uno y otro Ejecutivo parecen coincidir en la necesidad de dejar para otro momento su firma. ¿El motivo declarado? Sin un múltiplex que hiciera posible la llegada de la imagen de TV3 a la Comunitat, de poco serviría esa rúbrica entre los dos gobiernos autonómicos. La realidad, sin embargo, hace también referencia a la inoportunidad de cerrar algún tipo de convenio con un gobierno autonómico como el catalán, que ha hecho de la confrontación con el Ejecutivo central por su voluntad de consultar a los ciudadanos sobre un proceso de independencia su principal bandera. Ni es momento para firmar esa reciprocidad, ni tampoco para mantener reuniones con el presidente catalán, Artur Mas. Toca reivindicar la nacionalidad histórica que es la Comunitat. «Ni rupturas, ni quimeras ni chantajes».