La excepción de «aguas»
04.07.2014 | 04:15
Jesús Civera
No todo está perdido. Unos valencianos han logrado «arrebatarle» al tercer banco español (y a la primera entidad comercial de España) una empresa nacida a las orillas del Túria en 1890. La tarea ha sido titánica porque Caixabank tenía planes muy altivos para la firma hídrica –Aguas de Valencia– y su pelea por el control ha revivido escenas medievales, donde la vida y la muerte carecían de valor. Si las claudicaciones de Fainé se pueden contar con los dedos de una mano, esta es una de ellas. Un mar de maniobras cenagosas que es mejor olvidar y una extensa judialización mercantil mediante la abducción del Frob y de su máximo exponente en estas riberas, José Manuel Iturriaga, dan fe de la cancha enfangada elegida por los adversarios de la familia Calabuig para establecer las reglas iniciales del partido. La singularización de este último apartado es fiel retrato del lance abrasivo. El Frob pudo vender las acciones del Banco de Valencia y acoger en la caja ciudadana, tan enflaquecida, los 95 millones que han abonado los Calabuig a la Caixa. Prefirió tocar el violín. Con una particularidad muy abyecta. Que el Frob somos todos y que «despreciar» 95 millones –cuando había depositado ya 7.000– es de juzgado de guardia. La oposición política está en condiciones de revisar la peripecia. Antes habrá de rezar por la infausta pérdida: las arcas públicas no han conseguido un euro. El capitán del Frob, Fernando Restoy, puede hacer lo propio, o fustigarse. Lo que decida.
Del caso de Aguas se pueden extraer varias enseñanzas. La principal es la asimilación de la hipocresía como un virtud natural. Dos o tres empresarios que desbordan valencianía en público han sembrado el proceso de minas para beneficiar intereses foráneos. Su alianza con una determinada prensa, inclinada hacia esos mismos réditos extravalencianos, buscaba dinamitar la venta –firmada ayer– a fin de que la compañía valenciana pudiera navegar rumbo al norte en busca de su nueva sede. Han jugado sus bazas y han perdido. Las prédicas de orgullosa valencianía han colisionado con sus actos, pero esa contradicción tampoco ha de extrañar: es una estafa ya tradicional que Valencia digiere cada vez peor, pues el engaño es rutinario. Ni siquiera han sido sensibles a la extravagancia de que el capital valenciano tomara una empresa de aquí, lo que es del todo insólito en los tiempos que corren. Y más insólito es cuando el adversario era Caixabank y el colosal aparato financiero del Estado.
En fin, el capítulo de las miserias es amplio. Pero no habría de primar sobre el de las medallas. Desde hace ya algún tiempo –y con las excepciones conocidas–, el capital valenciano no ponía una pica en Flandes con esa autoridad y tras salir indemne de una cruenta batalla. Si acaso, destilaba ternura. La excepción de Aguas quizás sea el presagio de un cambio de paradigma. La compañía pudo acabar en París o Barcelona (como el BdV) o desaparecer del tejido valenciano (como las cajas). Ha permanecido aquí. Una hazaña.