Marina Garcés: “Hay un independentismo poco identitario”
La pensadora propone en ‘Un mundo común’ una idea de implicación colectiva en el que el “yo” y el “nosotros” formen parte de una misma realidad sin renunciar a la singularidad. Libros | 18/12/2013 – 00:03h
La pensadora Marina Garcés durante una conferencia CCCB/Miquel Taverna
Portada de ‘Un mundo común’ Edicions Bellaterra
Amor subversivo
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Marina Garcés (Barcelona, 1973) entiende la filosofía como una forma de respirar. El pensamiento crítico no opone la distancia a la proximidad, ni la conciencia al cuerpo. En Un mundo común (Edicions Bellaterra, 2013) nos habla de coimplicación, de cómo relacionarnos cuando “han privatizado la existencia”. Identidad, dependencia, anonimato, libertad y participación son términos a abordar desde un contexto radicalmente actual. Resuenan en sus artículos ideas de Merleau-Ponty, Guy Debord, o Tiqqun, pero la fuerza de la pensadora es situar la cultura en el aquí y el ahora, no en tierras prometidas ni en hombres nuevos. Contrapone la representación y la acción a la atención y el trato. El impasse, los desvíos y las periferias nos muestran brechas por las que el “yo” y el “nosotros” pueden formar parte de una misma realidad sin renunciar a la singularidad.
El jueves participa en las IV Jornadas Filosóficas que tiene el amor como tema central. ¿Qué tiene hoy de subversivo?
No necesariamente es subversivo siempre. El amor también puede ser la principal mercancía del capitalismo emocional. Pero sí es subversivo en el sentido de que pertenece a lo incalculable. Es subversivo, pues, cuando es una experiencia que rompe con los valores que pueden ser comprados o vendidos. Querer a alguien es enfrentarse al sistema de referencias con el que normalmente traficamos.
En su libro Un mundo común también da gran importancia al cuerpo como problema filosófico. Dice que tenemos miedo a tocar y ser tocados.
El cuerpo es para mí un lugar desde donde pensar. No tanto pensar sobre el cuerpo. Pensar desde el cuerpo es lo que ha sido más negado porque nos obliga a no pretender verlo todo. La mirada de Dios, o del GPS, es la mirada del que está por encima del mundo, la mirada del control, del poder. Pensar desde el cuerpo quiere decir involucrarse en la realidad, asumir la pérdida de control. Por tanto, cambiar el parámetro. Y ello hace posible desarrollar un pensamiento crítico comprometido.
¿Qué quiere decir hoy comprometernos? Argumenta que no es sólo tomar partido ni emitir un juicio.
Es inventar una respuesta que no tenemos y que no nos dejará igual. Parto de una tensión entre la participación política, tal y como se nos ha ofrecido hasta ahora, y la implicación a otro nivel. Son dos conceptos de ciudadanía totalmente diferentes. Si la administración es la que convoca y la que decide qué podemos responder o evaluar… Ya se demostró, antes de la crisis, que es un modelo agotado. Ya se hablaba entonces de desafección. Hay que ir más allá.
Escribe Un mundo común mientras experimenta la maternidad. ¿Cómo le ha influido en su trabajo filosófico?
Es una escritura que, aunque no aborda explícitamente la maternidad, está hecha desde un cuerpo que se compromete, que se vincula, con otros cuerpos. Es la experiencia más fuerte de dependencia.
La dependencia es otro de los temas claves de su reflexión.
La ficción del individuo moderno está construida contra las relaciones de dependencia. Todo lo que tiene que ver con la dependencia del otro ha sido relegado a la intimidad: con el enfermo, el niño… La vida pública y la vida política se nos presentan desde la independencia. Y en realidad somos interdependientes.
Combina su actividad académica en la Universidad de Zaragoza con la experimentación filosófica en proyectos como Espai en Blanc. ¿Qué diferencias encuentra entre los distintos escenarios?
Lo filosófico, en mi trabajo, no es nunca sólo un conjunto de tesis y un discurso, sino que son eso y además una práctica y una forma de vivir. Este planteamientos me ha llevado a participar en proyectos de aventura colectiva, de riesgo, de experimentación, pero eso siempre ha ido acompañado de mi vínculo con la universidad. ¿Qué pasa hoy en la universidad? Pues que hay un problema de contexto. No es que no haya gente interesante, no es que no haya investigación interesante. Todo eso existe. La materia prima está. Pero desde hace años el concepto de universidad que se está promoviendo dificulta mucho el pensamiento libre, la creación, tanto en la filosofía como en las ciencias más puras. Se estandarizan los protocolos únicamente bajo criterios de rentabilidad.
Llega a afirmar que la universidad es la fábrica actual.
La universidad es uno de los sectores pioneros en lo que se ha llamado capitalismo del conocimiento. Y con una ventaja. Se lo han encontrado todo ya montado, con muchos recursos públicos que hemos puesto entre todos, con trayectorias sólidas a disposición de la empresa. Además, la precariedad actual hará que la universidad se convierta en una institución que será parte de las nuevas desigualdades sociales.
Insiste en la fuerza del anonimato. Plataformas como la PAH han demostrado que no se trata de utopías irrealizables, pero siempre queremos ver la cara de un líder. ¿Cómo vivir en comunidad sin perder la singularidad?
Creo que si alguna cosa tienen en común las nuevas formas de politización que están surgiendo, desde lugares muy diversos, es el anonimato. No se trata del anonimato de la masa, de la homogeneización, de la uniformidad, es el de la vida que se puede decir a la vez en primera persona del singular y del plural. Y eso no se hace desde unas siglas concretas, unos representantes, sino desde una presencia compartida. Es querer reapropiarse de la vida. Eso abre espacios para una nueva política. Ahora se está comenzando a ensayar. Es cierto que aparecen líderes, pero eso no nos tendría que asustar del todo si confiamos en que ese nosotros es suficientemente inteligente como para aprovechar ciertas singularidades. Sea por su visibilidad, su saber o sus capacidades.
Defiende la coimplicación versus la intersubjetividad para escapar de la indiferencia. Vivir en un mundo común, aunque parezca paradójico, significa afirmar “esta vida es mía”.
Tiene que ver con la reapropiación del cuerpo. Con la dignidad, que recorre el libro como el valor que emerge viviendo, y que es capaz de poner un límite. Qué estoy dispuesto a tolerar. Y, a la vez, es lo que permite descubrir la vida en común.
Explica que el poder, además de ofrecer una supuesta seguridad, quiere construir lo común desde identidades “establecidas y cerradas”.
Después de que la relación con las identidades haya dado suficientes ejemplos terribles en la historia europea, en las últimas dos décadas el pensamiento crítico había abierto espacios para pensarnos desde la riqueza de la diversidad. Parece que ahora, con la coyuntura actual, la identidad regresa con fuerza como un lugar de refugio. Yo hablo de un “nosotros-trinchera” que no es emancipador, sino que responde al miedo y a la incertidumbre.
Pero el caso catalán es especialmente complejo. ¿Cómo observa el proceso de independencia?
Aquí, pasa y no pasa. Existe un tipo de discurso sobre qué es ser catalán, y un binarismo de unos contra otros que puede tender a hacerse fuerte en la cuestión de la identidad. Pero no es sólo eso. También hay un independentismo, en el que los movimientos sociales son muy protagonistas, que es muy poco identitario. En Espai en Blanc hemos publicado un volumen titulado Un esfuerzo más dedicado a esta cuestión. Hay varios aspectos. La política territorial y administrativa en España estaba construida sobre un cierre en falso de la Transición. Pero si realmente se ha abierto un cuestionamiento sobre cómo queremos vivir, en qué economía y en qué tipo de democracia, ahora no lo cerremos también nosotros en falso. Ni la identidad cultural ni únicamente la creación de un nuevo Estado son suficientes para dar respuesta a la profunda crisis institucional.
Hablamos de libertad sin saber muy bien qué es la libertad. ¿Hemos neutralizado el lenguaje?
Acudo a Daniel Blanchard que, tras los movimientos del Mayo del 68, cayó en el silencio y la depresión, y escribió un libro que tituló Crisis de palabras. Cuando las grandes palabras ya no nos dicen nada, ¿qué hacemos? Hemos de volver a tomar la palabra. Volver a hacerla viva. Hacer que sea un lugar desde el cual la vida sea posible. El libro también es un intentar perder el miedo a las palabras, grandes y pequeñas, y crear contextos nuevos. Es éste el trabajo de la filosofía.
Uno de los problemas para hacerlo es que no nos enfrentamos a una página en blanco, sino al ruido de la inmediatez y la velocidad. ¿Qué papel juegan las redes sociales?
La ambivalencia es muy extrema. Pueden ser un factor de distracción masiva y, al mismo tiempo, son una herramienta de relación, de transformación de la realidad también a un nivel muy alto. Creo que tenemos entre manos una cosa de la que aún sabemos muy poco. Es muy fácil pasar de la promesa al Apocalipsis, de la filia a la fobia… Creo que el pensamiento más útil es el pensamiento situado, no el que generaliza. Hemos de aprender también de estas realidades, que ya son parte de nuestra vida, y evitar ingenuidades.
Ya que cita la ingenuidad… Reivindica que la comunidad es conflicto y pluralidad. Vivir juntos es necesario, pero no tiene nada de naíf.
La vida es un problema en común. No hay realidad que no sea conflictiva. Es cierto que hay un retorno nostálgico a la idea de comunidad como un lugar donde todo se nos resuelve. Precisamente una de las alertas del libro es contra esa tentación.
Nagarjuna, un filósofo budista del siglo II, nos advierte: “El ser vivo no está atado ni liberado”. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que no vivimos en una cárcel?
No hay puerta, no hay afuera ni hay prisión. La lógica de que la vida, la libertad, siempre está en otro lado, es un esquema que ya está siendo contestado. La vida en común no está después. Es aquí y ahora.
Camus escribía que el hombre que dice “no” es un hombre que rechaza pero no renuncia.
Cuando el 15M sostenía que “vamos poco a poco porque vamos lejos”, que es una de las mejores frases que salieron de las plazas, era ya una manera de decir que no esperamos la revolución, la salvación o el juicio final. Ya estamos yendo. Sabemos que no queremos vivir así porque ya estamos aprendiendo a vivir de otra manera.